martes, 29 de agosto de 2017

La Esquina de Don Eusebio

En la década del cincuenta del siglo pasado en la rural ciudad de ITÁ – PARAGUAY, en pleno centro y sin ninguna fecha definida, era igual, amplias calles, arenosa y polvorienta, existía muy especial esquina formando un triángulo perfecto, en una, la tienda de los hermanos Morga, naturales de Logroño, la Rioja, España, en la otra la Sastrería “EL ARTE” de Martin LLanes y cerrando el orden el Almacén y Panadería de Don Eusebio Cárdenas, hombre de mediana estatura, robusto, serio, nunca lo vi emitir una risa, tenía el aspecto severo e implacable, siempre como recién salido del baño, cabe señalar que era el que ofrecía como producto estrella el “pan de casa” o como llamábamos los niños “pan de queso”, especialidad de Doña Prudenciana que jamás compartió su secreto con nadie, mucho menos sus allegados y vecinos, Don Eusebio era de poco hablar, su distracción no se conoce, sin embargo, era solidario a los requerimientos de la comunidad, por otro lado , Doña Prudenciana, tenía un lugar preferido de la casa, una ventana con rejas de hierro , sentada en su sillón de mimbre, era una dama de elevada estatura, cuidadosa en la apariencia, siempre elegantemente peinada un poco abusada de peso, siempre con los vestidos que le llegaban al tobillo y con zapatillas de colores vivos, este servidor se acercaba a la señora en la ventana, y la curiosidad infantil la molestaba con preguntas, de las más insólitas, como “¿que comió hoy Doña Prudenciana?” y con una calma casi susurrando, igual a lo que comiste tu, y después, preguntaba por mis amigos sus hijos, Esteban, Martin, Fidelina, Chingola, Antonia, Lucia, Ignacio, Pedro y el último Papi(Eusebio), estos dos hoy médicos de gran prestigio en Brasil, Esteban tenía una granja y Martin una Farmacia que era sitio de reunión de los muchachos, Fidelina ya fallecida fue una destacada educadora que sirvió a las Naciones Unidas y dejó familia en Puerto Rico. La buena y hasta hoy nos tratamos, es la Chingola, que se dedicó a la docencia y posee un centro de educación infantil. Esta esquina de tres referentes de la ciudad era el marco natural para el encuentro de los jóvenes, con travesuras de toda clase, y como ya saliendo de la infancia molestábamos con divertidos “piropos” a las niñas del barrio, algunas con satisfacción devolvían el mensaje con una sonrisa, otras con respetables y temibles amenazas que el atrevimiento se comunicará a los padres, allí el pánico se implantaba, las chicas de la familia Olmedo, Mir de origen árabe, creo que eran de Siria, las Orihuelas, mis hermanas Blanca y Teresa aceptaban hasta con gracia pero Nelly e Hilda Gonzalez, así como las de la familia Narvaez Torres, mis primas, Olga, Corina y Alba no disimulaban sus enojos, las chicas de la familia Doldán, corrían al pasar vociferando contra estos maleducados que no respetan, en especial Blanca Doldan y Titina Coma, muy furiosas con nosotros , mientras que su hermano Carmelo, disimulaba no entender nada de lo que pasaba, era un grupo que la memoria extrae del cofre de los recuerdos más queridos, desfilan con altiva presencia los un poco más adulto que nosotros, entre ellos el secretario de Martin Cárdenas, el farmacéutico , el preferido de las muchachitas el apreciado Isidro Cáceres Marin, hoy consagrado médico prestando sus sociales servicios a la comunidad de CAAGUAZU, Heriberto Meza, Babucho Cárdenas Martí y su ponchito para cuidar el pecho de su asma, los hermanos Yaffar, Carlos Artaza y su imponente figura acompañado de, “el cervantino periodista” Lelio Cáceres Marin, desde lejos venían andando y hablando en voz alta dos amigos inseparables, Oscar Olmedo y Oswaldo Galeano, . Llegaba la noche y la ausencia de luz eléctrica, esperábamos la luna emitir su mejor iluminación, los muchachos inventando historias de fantasmas y demonios y confirmaba Julio Avalos el conductor del vehículo del Padre Inocencio Ayala, dando más credibilidad al cuento, y así se desplazaba el tiempo con la sutil y silenciosa retirada de cada uno para no motivar y hacer con que despierten los ánimos dormidos de fantasmas y demonios, reinando ya en la ciudad un silencio asustador que cada sombra de árboles se transformaba en figuras fantasmales y el miedo se adueñaba de nosotros, solicitando a Francisco Ortega, Julio Yaffar, Cecilio Romero y otros, acompañar a cada uno hasta sus respectivas residencias porque el miedo era una ingrato y temible compañero de solitarios jóvenes en nocturnales movimientos. Desde LAMBARE – PARAGUAY, 29 de agosto de 2017

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