martes, 19 de julio de 2016
Camino a Paranambú
Al cumplir más un año de vida acuden a mi mente en tropel, en bandadas, en cascadas las vivencias de la primera infancia, en la casa, con mis padres y hermanas, hermano se tenía un patio grande, árboles de todo tipo, una construcción cuya fecha de inscripción en el registro de la propiedad es de 1850.
En esa casa de la ciudad de Itá – Paraguay teníamos un miembro en la familia muy especial, Don Pascual Talavera, de pequeña estatura, de muy delgada forma física, cabellos negros bien finos, amplia frente y de una bondad infinita, nos trataba con mucho cariño, era de escaso comer, muy ágil y habilidoso en el trato con los animales, que llegó a la casa y nunca más salió para alegría de la familia, papá Martin LLanes le dio una tarea, buscar y llevar al potrero las vacas, el toro, el caballo tordillo, cuidar del patio de la casa donde teníamos una huerta bajo el cuidado de los hijos de Don Martin y Doña Nena, Rubén Antonio, Teresita de Jesús, Blanca Elena y este servidor. Don Pascual tenía una virtud singular, hablaba con las vacas, le daba un nombre y pertenecía a quien, a Rubén le correspondía la “Negra”, a Teresita de Jesús “Violeta”, al suscrito “Mariposa” y a Blanca Elena la “Rubí”, el toro era de este servidor y se llamaba “Pampero” , el caballo “ Tordillo” era de Don Pascual, que era enorme y el pequeñito que le colgaba las piernas a los lados del Tordillo, todos los días llegaban a casa las vacas a la puesta del sol en lento y disciplinado paso, se acomodaban bajo el enorme árbol de “YVAPOVO” ocupando sus lugares sin atropello y silencio siempre rumiando y que nos llamaba la atención ese detalle. Así, en silencio y la música de grillos, sapos, pájaros nocturnos pasaban la noche y a la madrugada mi Mamá Doña Nena, acompañada de Antonia, la fiel asistente por más de cuarenta años y que cuidaba de la alimentación de la familia, con esmero, limpieza, excelente sabor y delicias de manjares que era fruto de su creación. La madrugada en Itá era de mucho movimiento, llegaban al mercado los productos de la tierra , en carretas tiradas por bueyes, por burros portando a las “burreritas” de albos atuendo y sus tradicionales cargas, verduras variadas y con alegría las personas pasaban por el inmueble, en voz alta y en guaraní, riéndose a montones, y en ese ritmo comenzaba el trabajo de ordeñar las vacas, extraer la leche de la “Mariposa” primero, que el caliente liquido blanco se ofrecía a los niños/as, que Don Pascual y Antonia llevaban a la cama de las criaturas como decía Mamá, luego se aproximaban las vecinas y comadres a comprar la caliente leche y que Antonia era la encargada de llenar los recipientes y recibir los efectivos correspondientes, hasta llegar el sol y la claridad inundaba el ambiente.
Ese rito era de toda la semana, hasta llegar el sábado, una vez concluida la tarea, Don Pascual y Don Martin LLanes, mi papá, comenzaban a cargas la carreta con los bueyes ya puestos y comandaba el Señor Durand, un indígena y su señora Doña Águeda cuidaban el potrero, él un hombre fuerte, de tez morena y atlético porte, de escasos cabellos y barbas, parco en el hablar, en monosilábico guaraní, repleta la carreta de colchones, utensilios, comodidades para un buen pasar, incluyendo el enorme Radio General Electric, ondas largas y cortas, los mansos bueyes , según Don Pascual, se llamaban Rinoceronte y Tigre, y los niños/as los pasajeros con gritos y algarabías comenzaba el trayecto de dos kilómetros, pasábamos por polvorientos caminos, saludando a los conocidos que barrían los corredores de sus viviendas, y con abundantes músicas nativas en alto volumen salían de las casas , la familia Cardozo, Doña Arminda extendiendo blancas ropas en el alambrado de la casa, los Samaniegos que vendían carnes y los jóvenes de la familia, excelentes futbolistas, algunos llegaron a Europa, Brasil, Argentina y Uruguay , hasta llegar al puente para cruzar el rió con una muy linda forestación, cansados pescadores y sin éxito, luego después el potrero, con su clásica vivienda, de amplio corredor, columnas simétricas, un enorme “TATAKUA”(HORNO) expulsando el rojo fuego del carbón que los lugareños llaman ”rajas” para recibir los tradicionales alimentos de la culinaria paraguaya, a un lado un tajamar que era formado por la retención de improvisados muros para la alegría y contentamiento de toda la familia que pasábamos disfrutando hasta el domingo por la noche y emprender el retorno, cansados, soñolientos, callados, silencio que se interrumpía por las ordenes de Don Durand a los bueyes que obedecían con su calma de siglos, quedando atrás el viejo Paranambú y su curso de transparente líquido. Asunción, Paraguay, 18 de julio de 2016.-
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario