martes, 14 de julio de 2015
Tiempo de Reflexiones
El Paraguay vistió su mejor gala, su atuendo de fiesta, el ambiente de luz, fiesta, algarabía por doquier, lluvias llegaron con horas marcadas para no mojar los rostros cubiertos de amor, llega el Papa Francisco con su clásico “portafolio” de profesor con viaje marcado, negro y misterioso , repleto de curiosidades para los creyentes y los no tanto, la única certeza estaba repleta de mensajes de amor, de paz, de fraternidad, de tolerancia, de estímulos para el dialogo franco, de entrega y servicios.
El Papa Francisco desde su tiempo de diócesis en Buenos Aires, vecino cercano, amigo de los compatriotas radicados en las colonias proletarias de la mega ciudad, asistiendo, conociendo a mi pueblo, amando a sus fieles, compartiendo tradiciones como el “mate” , el “terere”, la chipa y el “vori vori”, en el marco de una capilla parroquial dedicada a la Virgen de Caacupé, la madre de Cristo a quien ofrece su devoción y su obra sacerdotal, el hombre integro de palabra fluida y directa, de mirada mansa y postura severa para quien se desvía de las recomendaciones y de la palabra de Dios. Llegó al Paraguay con su manto de luz y el mensaje cargado de verdades y visiones propias de quien es el símbolo de la cristiandad del siglo XXI, de una iglesia renovada y renovadora, abierta y receptiva, incluyente como nunca, un verdadero Jesuita, un Jesuita con el espíritu de las Misiones que evangelizaron estas geografías, que enseñaron y aprendieron , que respetaron el guaraní, que no impusieron el idioma de los colonizadores para no fracturar el alma de una civilización sin grandes templos, sin grandes catedrales, respetando a un pueblo con su cultura, sus hábitos simples, su costumbre de milenios del cultivo de la fraternidad, del pacifismo ancestral, del respeto y honor a las mujeres como educadoras de la familia.
El Papa Francisco, con su sonrisa fácil y afable, cautivó y conquistó al pueblo paraguayo, recibió el afecto y manifestó su orgullo de tener amigos paraguayos y que gracias a este pueblo generoso, bueno y cálido conoció la verdadera amistad en su verdadera dimensión, de darse por todo para socorrer al vecino, el que comparte y disfruta de los logros de sus semejantes, manifiesta a los cuatro vientos su admiración por las mujeres paraguayas, altruistas, valientes, emprendedoras, solidarias, incansables en su lucha diaria para salir adelante con los suyos.
Fueron tres dias de inundadas felicitaciones, encontró un pueblo fiel a sus creencias, amante de los amigos y forasteros, del visitante anónimo y distinguido, del que llega con el alma en fiesta para compartir y así el Papa Francisco se integró a su pueblo, saboreo sin reserva el mate amigo, el que comparte complicidades del espíritu con esta tradición propia, que entre sorbo y sorbo nutre el alma de bondad y amor, encontró al paraguayo simple, fervoroso, formado en la caridad, recibió las bendiciones del Santo Padre, que recorrió sus calles con frondosos árboles dando sombra a sus pasos y distribuyendo sus gestos de hermano que llega para sentir su hogar espiritual, compartió alimentos que guardaba los sabores del recuerdo vivido con sus feligreses de su Buenos Aires de otros tiempos, tiempos de arbitrariedades y opresiones, que luchó con incansable determinación por la libertad y por la armonía de una sociedad dividida por conflictos reales y ficticios.
Llegó el día de la despedida y los rostros se cubrieron de nostalgias y pañuelos blancos que se extendían por los caminos que lo llevan de vuelta a su casa, a la casa del Pastor que convivió con su rebaño, que le entregó las palabras sagradas del amor, de la verdad, y con la seguridad que tiene sellado en su alma como huella que no se borra que el PARAGUAY sí que lo ama y lo recordará como el Santo huésped que lo bendijera en su camino de paz, justicia y libertad por siempre.-
Desde Asunción, Paraguay, 14 de julio de 2015
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