viernes, 23 de octubre de 2015
Don Alfredo, El Sacristan
La memoria trae al presente la figura de un personaje de mi pueblo, Itá - Paraguay, es una persona muy especial, de origen desconocido, sus rasgos lo delatan como su tono de voz y es afro descendiente, brasileño de Rio Grande do Sul, su tarea básica es hacer colchones y ser el sacristán del templo de San Blas, de pequeña estatura, muy delgado, cabeza pequeña y los cabellos fijados al cráneo en rulitos muy tupidos, su acento portugués era bien notorio, tampoco disimulaba la voz que era mansa y suave.
En las misas dominicales vestía su mejor atuendo y se desplazaba por el templo con mucha ligereza, cargaba los objetos del culto con precisión y mucha habilidad, sus grandes ojos de fondo blanco en la tez bien negra en la penumbra de luces de vela, asustaba, parecía un cuadro medieval.
El tradicional personaje del pueblo era muy querido por la población, lo trataban con respeto y curiosidad, pues, de él nada se sabía, su familia, de que ciudad del lejano Rio Grande do Sul del Brasil su desconocida familia, era un solitario y su existencia un enigma, no hablaba con nadie, se comunicaba sin efusividad y mucha discreción, era solemne en su porte, traté muchas veces de establecer un dialogo fue imposible, era cortante y drástico, disimulaba una breve sonrisa, esbozando un saludo que le salía con algún esfuerzo, muy especial porque hablaba en susurro y sin gestos ni ademanes, sus ojos infantiles circulaban ágilmente en el fondo blanco del globo ocular, abotonaba la camisa hasta el cuello, normalmente muy blanca y manga larga, su atuendo era de una pulcritud rara, no usaba zapatos solo una desgastada zapatilla de cuero negro.
Semana Santa era su escenario de mayor notoriedad, era el centro de la atención de los fieles, atendía a todos sin distinción, prontamente y en silencio, secundaba al Padre Gamarra y después al Padre Mena con la misma eficiencia, convocaba a la colectividad con una "matraca" ya en deplorable estado de conservación, los ruidos que emitía era desesperante por el asimétrico sonido irritaba cualquier oído cristiano, se paseaba por el pueblo con la matraca en ruidoso alarde, la comunidad recibía el mensaje con devoción, como generalmente era en la era del descanso y las puertas de las residencias ya cerradas, alguien siempre las abría y agradecía la invitación ofreciendo algún halago, generalmente una golosina o agua simplemente, gesto nunca aceptó concluía el día y en silencio se retiraba guardando sus materiales en la sagrada dependencia detrás del altar y en la oscuridad, y en ese ambiente Don Alfredo cumplía su oficio de ayudante mayor del párroco.
El viernes Santo, el clímax de su devoción, con el rostro serio, caminaba con lentitud y la mirada baja, parpadeaba rítmicamente como un brasileño de tradición, mantenía el altar a rigor como la fecha señalaba, los santos del altar cubiertos por telas de color lilas, las naves enormes del templo cobraba una solemnidad especial, sin adornos y con lirios con sus luces pálidas e intermitentes se reflejaba en el piso la sombra como fruto de la imaginación de los niños que daba miedo a propios y extraños jóvenes y adultos en sepulcral silencio todos los fieles acompañaban con mucha constricción y rostros cargados de emoción y tristeza, el Cristo será crucificado y Don Alfredo ya cumpliría su tarea a la perfección, esperando la llegada del próximo año.
Nunca supe de su fallecimiento, siempre estará vivo en la memoria de todos los compueblanos de muchas generaciones, hoy le dedico estos ligeros rasgos como un homenaje, de mi admiración infantil que puebla mis recuerdos con mucha nitidez y nostalgia. Desde Asunción Paraguay, 22 de octubre de 2015
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