miércoles, 22 de abril de 2015
GRITAR PARA DECIR NO GRITES
La sociedad contemporánea de todas las geografías posee determinados comportamientos y conductas muy semejantes, en cualquier cultura del vasto universo se produce situaciones que supuestamente hace emerger como una revuelta en el espíritu, una explosión del propio genio, la específica personalidad, el fruto de la emoción afectada, que irradia altos decibeles en la voz, lo
que comúnmente denominamos “grito”.
La palabra siempre fue el instrumento de la comunicación interpersonal, puede ser espada que mata o bisturí que cura, en cualquier idioma la palabra puede ser suave, tierna, firme, floja, dura, ríspida, áspera, compasada, manejada con maestría es herramienta hábil para la persuasión y el convencimiento, la palabra puede ser para unir, separar, torcer o juntar, se emite con tranquilidad o con furor, puede ser susurro que acaricia o volcán que destruye, la palabra entusiasma o deprime, enseña o castiga, extiende la mano en señal de aproximación o señal para extinguir una relación. Una palabra mal diseñada, mal elaborada castiga como un garrote vil, es capaz de fracturar un relacionamiento de largo tiempo o una chispa donde comienza un gran amor.
En las relaciones humanas la palabra tiene un signo, símbolo, señal, de bienaventuranza cuando acompañado de ademanes de afecto, en esta situación es recomendable evitar el silencio cómodo, egoísta, mutismo de cierto grado de perversidad, es cuando ella expulsa y evita la aproximación y la candidez natural de los afectos en cualquiera de sus dimensiones, de amor, de fraternidad, de complicidad inocente, o de la marca de un grupo, donde cada palabra evoluciona en su lenta o disparada forma, donde los miembros del grupo se identifican y sueñan, comparten desafíos, elaboran estrategias, porque la palabra los estimula y los agita en constante euforia, caso contrario se produce la tristeza, la melancolía, la agónica fase de un afecto en deterioro.
En una relación de amor, marital o de familia, la palabra adquiere una intensa dimensión de vínculos que no admite la rígida expresión de contención de palabras y estimula la multiplicidad de pensamientos negativos y nocivos por la ausencia de claridad que conlleva el silencio.
El Papa Francisco recomienda “hagan lío”, que significa griten, exijan, demanden, defiendan sus derechos, clamen por más prestaciones sociales en un mundo de silencios lucrativos y desagradables episodios de confrontación y enemistad, la palabra es un signo natural de acercamiento y de calidez, alivia y conforta al espíritu en convulsión, estimula al triste y decaído, es estimulante al que tiene el ánimo apagado, enciende la mecha del optimismo y genera un ambiente de festejo y algarabía.
En el escenario familiar suceden hechos que se podrían evitar con la emisión de un mensaje pausado ante el enojo natural de una madre después de un día agotador, la presión externa al hogar, los berrinches y exigencias de los hijos inquietos y traviesos, es allí donde debe reinar la calma, el adecuado tono de voz, no es recomendable el grito acalorado para mermar entusiasmos propios de la infantil edad , que requiere atención y mimos, de regazos tibios y canciones de arrullar antes que desproporcionales gritos que impiden la negociación y la perturbación del ambiente, es aquí cuando se requiere de cordura, de mansedumbre, de suma de afectos, cariños redoblados, palabras que fluyen de la suergente transparente del manantial del amor.
En el escenario laboral el ambiente es semejante y a la vez diferente, las palabras son ordenes y no mensajes necesariamente de afectos, pues, la palabra en el trabajo tiene sus propios códigos, sus propios alcances, sus propias connotaciones, las recomendaciones generalmente tiene la sonoridad de advertencia, las demandas son siempre deseos de imposición, se requiere y exige la satisfacción de los intereses específicos y no de las directrices emanadas de la superioridad, es aquí donde la palabra adquiere su don maravilloso de la capacidad de consensuar en la diferencia, de acomodar las discrepancias, de evitar griteríos hirientes que postergan el probable equilibrio y la armonía que se podía alcanzar en pro de una convivencia sana y feliz.
El mejor antídoto del grito abrazador, ensordecedor, es la palabra en capsulas de educación continua, de mansedumbres aprendidas, de generosidad probada, de convivencia deseada, se encuentra en una atmósfera de paz, amor, algo de divinidad y de incienso espiritual.
Desde Asunción, Paraguay 22 de abril de 2015.-
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