domingo, 5 de abril de 2015
PASCUAS INTERIORANAS
En la calidez interiorana se vive todavía la Semana Santa con todo su caudal de tristeza colectiva, rostros de personas acongojadas llevando también su propia cruz, desplazándose por polvorientos caminos, sol escaldante, sin el calor del verano asfixiante, brisa suave y fresca, nubes de lluvias amenazadoras que se desplazan en un cielo azul infinito, es media mañana camino al templo, mi madre cubierta en su negro manto y sus hijos en disciplinado orden acompañábamos hasta ingresar a la Iglesia San Blas, que nos recibe solemne, silenciosa, donde el aroma de incienso cubre todos sus rincones, se escuchan los pasos en rítmicos ruidos, la mujeres con sus tradicionales mantos negros, los hombres ataviados con rigor, desfilando ante el féretro del Jesús sacrificado y el sacerdote con sus atuendos de rigor saludaba a los presentes bendiciendo a los fieles , los niños y niñas se contagiaban del ambiente de dolor que se repite siempre por más de dos mil años, mi mamá saludaba con discreta inclinación de cabeza, cubierta de un blanco tul, que la tornaba muy elegante en su cristiana religiosidad, mamá Nena rezaba por la familia, los hijos, los amigos, amigas y vecinas, una enorme lista que la tenía en su cartera, no podía olvidar a nadie es de absoluto rigor cumplir con la palabra empeñada.
El tiempo hace con que ciertas costumbres desvanezcan y se pierdan, deseo rescatar con estas remembranzas que se pasean por la memoria con mucha nitidez, el sacristán Don Alfredo, afrodescendiente, ágil y de infantil pasos, se moviliza aceleradamente y siempre en silencio, su diminuta figura y de cabeza pequeña de dientes blancos y luminosos, que emitía palabras en español con sonoridad portuguesa, afirmaba ser riograndense del sur , Brasil, es un símbolo discreto de la invasión brasileña de la guerra grande de 1865-1870 contra Brasil, Argentina y Uruguay, hoy ocupando sus días atendiendo las necesidades de la parroquia y su delicada atención a los fieles, de todos recibía aprecio y estima, acompañado en sus labores por Ramón, ganador de la lotería deportiva que mudó su vida y destino.
El culto sigue con espirituoso silencio, fuera del templo el pueblo en recatado respeto y en cuidado solemne las familias observan sus hornos – el TATAKUA - en guaraní, humeante y el fuego rojo que salpicaban sus chispas y exhalaban aromáticos sabores que se materializaban en sabrosos manjares en la espera del fin del ayuno y al festejo de la resurrección, con el retorno a la agitada movilidad y ruido del pueblo, el ya permitido juego y diversión de los niños y el paseo de las jóvenes niñas a la espera del encantado príncipe guardado reservadamente en respeto al Cristo perseguido primero, juzgado después, sentenciado a la cruz para redimir al mundo de todos los males que amenazaban a la humanidad, y la gratitud de sus seguidores que por siempre están liberados y esperan con humildad las bendiciones que merecen.
Se aproxima aceleradamente la misa de la resurrección, los parroquianos en grupos bulliciosos se aproximan al templo ya ataviado de flores de distintos colores, las luces invadiendo todas las esquinas de la enorme nave de la iglesia, el altar de un raro brillo de su esplendor de siempre el color de lámina de oro refleja su imponencia y magnificencia, donde el Santo Patrono del PARAGUAY. exhibía su reluciente manto rojo,
La Pascua en su sentimiento de renovación, de presencia de deseos de felicidad a los cercanos que en coro anunciamos la resurrección del Maestro y la eterna redención de la humanidad que continua en su búsqueda del destino de felicidad, armonía , ausencia de guerra y la paz perpetua.-
Desde Asunción, PARAGUAY. 6 de abril de 2015
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