domingo, 26 de junio de 2016

El Dia Que mi Arbol Lloró

Era un día del mes de febrero de 1955, el pueblo de Itá en día de fiesta, desfiles, procesión de San Blas, mucha gente en la calle y en las aceras, el comercio local en gran movimiento, carretas en lánguidos andares, la yunta de bueyes en cansino trajinar, cánticos populares y religiosos que los fieles entonaban con gran emoción pero en desigual entonación, yo observando con mi hermana Blanca desde la ventana de la sastrería de papá, de pronto, me viene a la memoria que el día de mi viaje a la capital se aproxima, se agita el corazón y me interno a la casa, el patio enorme, con la cocina junto al aljibe, nosotros llamábamos “EL POZO”, con su brocal repleto de helechos, agua fresca todo el tiempo, con su roldana de angustiado lamento y el balde con registros de golpes y amasados usos. En el fondo del patio, se yergue altivo, enorme, soberbio, manso, mi “yvapovo”(*), con su vasta cabellera de hojas, enormes y firmes troncos, como brazos extendidos, con gajos en forma de manos abiertas, siempre acogedor, seguro, ameno y cordial, recibiendo al amigo, al compañero, al forastero, con la misma mansedumbre de siempre, me acerco a su grata sombra, recuesto el frágil cuerpo y siento la firmeza al recibirme, siento como un aliento la suave brisa y con un dedo dibujo en la arena un camino, una casa, un árbol, niños jugando, en mi mente bailan escenas de historias felices, y en lenguaje de complicidad con mi “yvapovo” le cuento mis sueños, mis proyectos, mis miedos, mis fantasmas, mis dioses, y el me responde en su aliento de tiempo con calidez, con ternura, con simplicidad del amigo que desea lo mejor, que ama y espera siempre, yo le comprendo y el me comprende, me enseña con su silencio y su eco lo llevo en el alma , que sabio era mi árbol, pero, el éxtasis se corta, me llama mi mamá, era hora de alguna tarea, de alguna obligación, de algún empeño, en ese instante, abro los brazos en forma de crucifijo y lentamente rodeo la inmensa cintura de mi árbol, siento su vibración y su calor, su requiebro y frescor, le digo en voz baja, déjame como recuerdo esta hoja, hoja que la llevaré plantada en mi memoria y en mi libro de cabecera, y blandamente, con delicado afecto la sustraigo de la rama más cercana y veo que mi gesto se reviste de un gran amor, de una gran historia, de la belleza de un momento, de un momento sublime casi divino, y veo que al desprenderse la hoja caen algunas gotas, mi alma se embarga, mi garganta se cierra, enmudezco , y también lloro con mi árbol, mi árbol, mi “yvapovo” me despide, me deja ir, porque sabe que tengo que buscar mi destino, y mirando adelante parece acompañarme su mirada, me cubre su aliento de brisa y cargo mi sombra y dejo mi adiós. (*) Árbol (en idioma guaraní) de frondosa sombra, natural de Paraguay

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