Corría el año de 1947 en el Paraguay profundo, el pueblo sufría de un sofocante calor, alta temperatura en el ambiente social, político y económico, llegando al pueblo por el polvoriento camino entramos a la comunidad de Itá, deparamos un amplio mercado municipal con las casas comerciales residenciales con sus corredores y pilares sujetando un techo armoniosamente diseñados, en cuyo interior viven familias de varios hijos e hijas, todos se conocen y comparten, el tiempo corría con asombrosa lentitud y una tensión en el ambiente provocado por los enfrentamientos políticos recientes, ocasionando perdidas materiales y personales inenarrables, fueron incendiadas casas
Y comercios, vemos la casa de los Pallarolas la mitad destruida por el fuego, en la que fuera sastrería de Don Martín como si por allí pasara un tornado furioso, vidrieras destruidas, estantes vacíos, el largo mostrador cubierto de destrozos, ropas y vidrios rotos esparcidos por el salón, una plancha humeante y la boca abierta ,un solitario centímetro colgado de una silla quebrada, restos de carbón y telas, una zapatilla olvidada cerca de una “singer” destruida una vela apagada de medio uso, un cajón de materiales abierto y en desorden, unas
monedas sin utilidad y una tijera en desuso, total silencio y tristeza, Don Martín y Doña Nena, sus hijos e hijas, Rubén, Teresa, Oscar y Blanca, Rubén el mayor con nueve años, los otros menores y chiquitos aún, todos mudos y sollozantes, Doña Nena , afirmando con disfrazado optimismo su suerte, que todos están sanos y sin vestigios de violencia.
Don Martín sentado en un viejo quebrado sillón
Cabizbajo y el rostro desencajado, con sus piernas
Sueltas y abiertas., con la mirada perdida y el cabello en desaliño, es el retrato de un ser sin esperanza, rumiando su dolor y su mal, las perdidas
Cuantiosas, como comenzar la nueva vida y la dura porfía de una existencia digna, sin futuro y sin las mínimas condiciones en un país destruido, castigado, empobrecido, eran las 18 horas, en la iglesia repicando las campanas convocando al pueblo para el Ave María, el eco repetía sin parar el anuncio litúrgico para un templo sin fieles y un San Blas desdibujado en su pobre imagen sin expresión
testigo callado en su esencia de madrea hueca y atuendos envejecidos.
Don Martín reúne a los suyos para una plática de adultos, enumerando los daños y males, recomendando la lucha común a partir de ahora, sin odio y sin maldad, sin rencor y sin dolor, es el resultado afirma co la voz truncada pero firme, con su porte de senador romano, habla con claridad y en tono suave, lastimero es verdad, pero con ráfagas de ilusión como ocultando su esperanza en el porvenir, mira a su esposa Doña Nena y con ternura la cubre con un abrazo cargado de amor y afecto, sus pequeños y negros ojos dirige a los hijos e hijas las cálidas centellas y el aliento de optimismo esperanzador ante tanta desolación y tenebrosa quietud.
Rodea al cuadro anterior una tenue luz de lámpara
“mbopi” cual sirio en un templo en soledad, el perro “terry” en la triste coreografía sin reclamar sus parcos alimentos, las alacenas están vacías y con perdidos mosquitos dando saltos en imaginarios mendrugos de pan.
Don Martín y Doña Nena, de manos dadas, y Blanca recostada con sus trenzas y flequillos en desorden, sujetadas por un pañuelo que fuera en su tiempo rojo y muy vivo, hoy descolorido y triste.
El viejo cacique levanta la voz , cansada por jornadas de interminable frustración, levanta en sus brazos a Oscar y jura ante la familia y los dioses de todas las creencias que saldrá adelante sin odio y sin rencor, con la solidaridad de sus amigos, compadres, compañeros, todos abrazados y en unísono declamaron la unidad y la fortaleza de los miembros de una ejemplar familia de un pueblo , sufrido, doliente, que tan sólo desea una oportunidad para lograr el bienestar y la felicidad de los suyos y así lo hicieron, con orgullo y altivez.
Los años corrieron su natural curso y la familia reunió recuerdos, sumó sueños, hilvanó los retazos de la historia común y en un retrovisor imaginario observamos lo que quedó atrás, los dolores, las amarguras, los llantos, los días de hambres mal compartidos y la fuerte esperanza visualizada y la vemos distanciarse lentamente hasta diluirse por completo su total desaparición.-
Desde la sombra de un viejo “yvapovó” , cual tibio regazo de cobijos y sueños hoy en Itá, 20 de-noviembre de 2008.-
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